Huevos de Pascua rellenos con maní patrimonio cultural de la región
Curiosidades20 de abril de 2022Redacción RMMCada vez que la celebración de la Pascua nos envuelve con la mezcla de fragancias que emanan de la típica gastronomía, se destacan los Huevos de Pascua, multicolores, rellenos con maní azucarado, (garrapiñada) tan ricos, tan nuestros y tan desconocidos en otras partes del planeta.
Nos atrevemos a decir que son un patrimonio regional. Son típicos y únicos de aquellos lugares de nuestra provincia, poblados por inmigrantes alemanes-brasileros.
¿A quién se le ocurrió?
Para comprender el por qué de las cáscaras de huevos rellenos con maní, tan naturales para nosotros, tengamos en cuenta que la celebración de la Pascua es una fiesta central en las religiones cristianas, en nuestro caso principalmente la Católica.
La costumbre de regalar huevos en Pascua viene de Europa Central, donde desde hace mucho tiempo se los consideraba símbolos de la Resurrección, ya que el pollito para nacer debe romper la cáscara desde adentro hacia afuera. Durante el desayuno del domingo de Pascua se regalaban huevos hervidos, pintados, a veces decorados con bellos dibujos artesanales (costumbre que se mantiene hasta el día de hoy).
El tiempo de Pascua coincide con el inicio de la primavera en Europa, con abundancia en la producción de huevos donde el fenómeno dependía exclusivamente de los ritmos de la naturaleza. Cuando los inmigrantes alemanes llegaron a Brasil, encontraron un mundo invertido: la Pascua se celebraba en otoño y para colmo, tiempo de escasez de huevos.
Mantener sus costumbres, sus tradiciones, era vital para mitigar el desarraigo y las duras condiciones de un ambiente desconocido y hostil. Justamente, las circunstancias más adversas, estimulan la creatividad de las personas, y en el tema que nos ocupa, alguien tuvo la brillante idea de juntar las cáscaras de huevos cuando éstos abundaban y rellenarlos con algo que el nuevo ambiente les ofrecía en abundancia: maní.
No sabemos con exactitud cuándo y dónde pasó, pero sí, que la costumbre se extendió y llegó a nosotros a través de los inmigrantes alemanes-brasileros, para instalarse definitivamente en nuestra región, donde pasa a ser una “marca registrada” que sorprende gratamente a cuantos vienen de afuera, ya sea por su presentación o su sabroso contenido.
Como ocurre con las recetas tradicionales, hay una gran variedad de técnicas para decorar las cáscaras de huevos. En los primeros tiempos de la colonia, ante la precariedad de insumos, se teñían las cáscaras con elementos sencillos, por ejemplo, se hervía un bulbo de una planta silvestre para obtener la gama del color rojo, se utilizaba anilina, hojas, pétalos de flores, etc.
Con el tiempo y la aparición de nuevas sustancias como papel de seda, papel crepé, pinturas de varias clases, “plasticola” de colores, etc., cada familia comenzó a probar técnicas decorativas de acuerdo a los materiales que tenía a su alcance.
Ni bien iniciada la Cuaresma, las familias que conservan esta tradición, se ocupan en la decoración de las cáscaras previamente ahuecadas, lavadas y secas. Se cuida también de obtener una buena cantidad de colores y matices. Hay quienes pintan con esmalte sintético, pintura para tela y o madera. A veces con una base de color de un solo tono que sirve de fondo para pintar otros motivos. También se usan mezclas de varios colores que dan un curioso efecto. La técnica más utilizada es la del papel crepé, que consiste en envolver la cáscara con un trozo de papel crepé, previamente mojado en vinagre. Una vez seco se quita el papel y aparece un hermoso diseño “batik” siempre singular y único. Durante mucho tiempo, éste era un trabajo oculto y silencioso de las mujeres mayores de la casa, ya que había que preservar la fantasía de los niños que creían que el “Conejo de Pascua” era el autor de esas bellas decoraciones que luego recibían rellenas con maní azucarado, como regalo el domingo de Pascua.
La creatividad no conoce fronteras. Hoy asistimos a un fantástico despliegue de variadísimos modelos, no sólo pintados, sino cubiertos con delicadas trencitas de papel crepé, con accesorios como nariz y orejas, etc., simulando animalitos o personajes.
El relleno básicamente lleva los mismos ingredientes de siempre: maní y azúcar. Así como hay múltiples maneras de decorar las cáscaras, también el contenido admite diversas variantes en su preparación. En todos los casos, se comienza por tostar el maní. Una vez quitada la cáscara, se prepara una mezcla de azúcar con un poquito de leche que se pone a hervir hasta alcanzar una consistencia casi de almíbar. Es ahí cuando se agrega el maní tostado y se revuelve hasta que el azúcar se pega alrededor del maní y éste se separa en grumos. Todo tipo de sabores puede marcar la diferencia del relleno: vainilla, chocolate, merengue, dulce de leche, limón…
El remate del trabajo es el pegado de una delicada tapita de papel para resguardar el contenido.
Preparar los Huevos de Pascua ya no es patrimonio exclusivo del hogar como regalo típico de la fecha. Son cada vez más las micro emprendedoras que le encontraron una veta comercial con la venta de este producto, teniendo en cuenta la aceptación masiva. Así es como en ferias y góndolas de los supermercados locales encontramos esta rica artesanía que nos identifica. Incluso en las escuelas, profesoras de actividades prácticas o maestras suelen preparar estas delicias con sus alumnos, tarea que los chicos disfrutan realmente.
Las fiestas tradicionales están cada vez más atravesadas por las pautas impuestas del marcado. En tiempos de Pascua, huevos de chocolate, chicos, grandes y gigantes, pretenden seducirnos con glamorosos envoltorios desde sitios estratégicos del “super”. Sucumbir ante esa tentación, será directamente proporcional al bolsillo de cada uno. Mientras tanto, los humildes huevos de cáscaras rellenas con maní, omnipresentes en las canastitas más humildes como en las costosas y sofisticadas, seguirán siendo la alegría de grandes y chicos, futuros garantes de la tradición.
Leonor Kuhn