
La casi desconocida reducción jesuítica de Nuestra Señora de los indios pampas
Duró de 1740 a 1743 y fue la primera durante el periodo colonial al sur del río Salado, cerca del paraje Cerro de la Gloria, sobre la ruta 11, hoy partido de Castelli.
Provinciales27 de abril de 2021
Los jesuitas pertenecientes a la Compañía de Jesús establecieron en América del Sur reducciones indígenas con el objetivo de evangelizar a esos pueblos. En Paraguay, Brasil y Argentina se conservan ruinas que así lo testifican.
Sin embargo, es menos conocido que en la provincia de Buenos Aires existió una, la Reducción Jesuítica de Nuestra Señora de la Purísima Concepción de los Indios Pampas que, establecida alrededor de 1740, fue la primera fundación española durante el periodo colonial al sur del río Salado, a pocos kilómetros del Canal 15, a dos leguas del paraje Cerro de la Gloria, sobre la ruta 11, hoy partido de Castelli.
La topografía del lugar correspondía a una meseta rodeada de campos bajos conocida como Loma Verde o de los Negros, rodeada de islas, -como se denominaba entonces a los montes de talas-, sombras de toro y otras especies autóctonas locales. El paisaje se fue modificando debido a que algunas lagunas se secaron por la apertura de canales a comienzos del siglo XX y muchos de los tupidos montes fueron desapareciendo.
Este territorio se extendía entre Buenos Aires y el río Salado o Saladillo, límite natural entre el territorio ocupado por los españoles y el de los indígenas. Era una llanura sin un árbol ni una loma en la que desembocaban numerosas lagunas hasta llegar a la orilla del río, distante 23 leguas de las poblaciones españolas. Era una tierra sin indios que la habitaran y cultivaran, recorrida por venados, avestruces, perdices, patos silvestres, hacienda vacuna y caballar cimarrona.
Los indios pampas que por allí estaban empezaron a comerciar con los araucanos de Chile y les vendían caballos y vacas. Como consecuencia, alrededor de 1737, el ganado cimarrón había desaparecido, prácticamente, y entonces los pampas empezaron a incursionar en el norte de la provincia para acopiarse de animales.
Los padres jesuitas Manuel Querín, de origen griego, y Matías Strobel, austríaco -que había estado en las misiones guaraníticas-, llegaron el 25 de mayo de 1740 acompañados por los caciques y escolta militar, buscando el lugar apropiado para fundar la Reducción de Nuestra Señora de la Concepción. Diseñaron calles y plazas, distribuyeron cargos entre los cinco principales caciques y construyeron la capilla.
Se estableció que los indios no debían servir a nadie, estarían apartados de las estancias, debían estar dispuestos a bautizarse y se les prohibía tener trato con los españoles. En caso de tener que defenderse, se les proveería de armas. Integraban la reducción trescientas almas con miras de incluir más. A los dos años del asentamiento, ya contaban con una capilla muy pobre con techo de paja, dos casas de madera y adobe para los padres y veintiséis casas o ranchos alrededor de una plaza central, rodeado todo el poblado por un foso y una empalizada.
Los indios eran perezosos, no tenían paciencia para aprender, escribir o rezar y sólo se volcaban a Cristo cuando el hambre los acuciaba.
Empezó entonces una política de amistad con los indios atrayéndolos por medio de regalos y llegaron a tener una buena convivencia con los españoles hasta el punto de que los caciques iban muchas veces a la ciudad para recibir esas gratificaciones a cambio de cesar las hostilidades.
Pero en realidad al indio no le interesaba ese trato por amistad o temor al castigo sino que lo hacían para conseguir aguardiente o vino a cambio de plumas, cueros y ponchos que compraban a los araucanos. La vida en la frontera no era tampoco muy atractiva para las milicias ya que el trabajo era rudo, debían mantenerse por su cuenta y eran los mismos españoles los que fomentaban el alcoholismo de los indios para conseguir algo de dinero.
El horror de esa vida hizo desertar a los soldados, la campaña quedó desprotegida y hubo que buscar otros medios de defensa. Como los asaltos iban en aumento, los indios menos rebeldes se presentaron al gobierno en 1740 para pedir a los misioneros su protección.
Se convino entonces un tratado de paz con los indios encabezados por el jefe de los pampas, el cacique Bravo, como la suprema autoridad de todos los otros indígenas y con la responsabilidad de vigilar a todas las poblaciones que estuvieran al sur del río Salado. Bravo fue un cacique muy respetado por sus pares, y fue también un amigo leal de los blancos.
El terreno donde se había levantado la reducción era un bajo que se inundaba fácilmente y en verano el aire se volvía insalubre, propagándose las enfermedades. Entonces se decidió trasladarlo a un lugar cercano más alto, más lejos del mar. Ese mismo año se empezó la nueva construcción, que se ubicó en la estancia "El Callejón", de Damasia Sáenz Valiente de Barreto.
Las maderas se llevaron desde Buenos Aires pero los indios no quisieron participar de la construcción aduciendo que no eran esclavos e iban a comprar el aguardiente en Buenos Aires. Los pulperos también se lo vendían, pero como continuaban las peleas y las muertes los padres pidieron una escolta al gobierno que nunca llegó.
Si bien los indios eran indisciplinados, los españoles fueron los que comenzaron a dar el mal ejemplo, y corrían rumores en Buenos Aires de que la situación se volvía inmanejable como consecuencia de la ineficiencia del manejo de los jesuitas. Los pampas hicieron migas con los araucanos y le declararon la guerra a los españoles; se alimentaban de carne de potro, avestruz y liebres e intercambiaban las yeguas cimarronas por ponchos, que a su vez vendían a los españoles a cambio de vino y aguardiente.
Se produjo un caos total, la escolta militar no llegaba y hubo muertos hasta que el gobierno ordenó a los soldados, misioneros y españoles con veinticinco familias retirarse a Buenos Aires. El 30 de noviembre de 1753 acabó la misión de los jesuitas en esas tierras, pensando en trasladarlos a Montevideo, algo que no llegó a concretarse.
Han quedado muchos documentos de esa época. Las “Cartas Anuas” - que los padres generales enviaban anualmente a Roma-, relataban todo lo ocurrido en las reducciones. Escritas en castellano, permitieron reconstruir con lujo de detalles la historia de los jesuitas en el Rio de la Plata.
El padre Lozano fue un prolijo redactor de las cartas vinculadas a esta Reducción, que contenían los datos civiles, estadísticos, geográficos y demográficos. Lamentablemente sólo se conservan las del período 1735-1743 pero no han quedado del que va de 1744 a 1749.
Las ruinas de esta reducción constituyen el único testimonio arqueológico de la actividad misional que desarrollaron los jesuitas en la región pampeana en el siglo XVIII, por lo cual sería interesante que las autoridades prestaran atención a este importante patrimonio cultural. (Gaceta Mercantil)


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